Han transcurrido unos cuatro meses desde cuando los trabajadores comunes se anidaron en las modernas casas construidas en el barrio Kyongru a la orilla del río Pothong en la capital.
Con la curiosidad por la vida de los beneficiados, visitamos la familia de Mun Hak Sop, obrero de la Central Termoeléctrica de Pyongyang.
Cuando tocamos el timbre, nos acogió Mun que acababa de regresar del trabajo.
Él nos condujo al interior de la habitación, diciendo que le parecía que todavía estaba soñando, aunque ya pasaran varios meses.
Su esposa Ri Song Hui expresó que sus parientes y compañeros de la empresa envidian mucho a ella, que vive en la morada lujosa, y recordó la vida dichosa de que disfrutó en los últimos días.
Los anfitriones contaron que durante 20 días después de mudarse a nueva vivienda, los visitaron tantas personas para felicitarlos que debían dejar abierta la puerta, que hasta la fecha llegan cartas de felicitación de los parientes, que viven sin alguna preocupación en la casa dotada de todas las condiciones de la vida, y que por las noches pasean por el hermoso barrio…
Al recibir el permiso de uso de vivienda, Mun Hak Sop y su esposa tomaron la decisión de dedicar toda su vida en aras del Estado, que aprecia los sudores que derraman los trabajadores comunes y les prepara nidos de felicidad.
Mun cumplió hasta finales de agosto el plan anual de la economía nacional y su esposa, que trabaja en la misma empresa, se dedica a su tarea asumida para corresponder a la solicitud del país.
Ellos expresaron que solo sienten el impulso de hacer mucho trabajo por la patria y conducen a sus hijos a seguirlos, añadiendo: “Es mejor nuestro país que brinda mayor gloria y felicidad a los trabajadores comunes.”
Esta es la confesión de corazón no solamente de esos cónyuges sino también de todos los trabajadores del país.