El 3 de junio pasado tuvo lugar en el Instituto Superior de Maestros de Pyongyang, el acto de graduación de la 55ª promoción mediante reunión online.
La intervención de la estudiante Jong Yu Gyong conmovió a todo el mundo.
He aquí una parte de su intervención.
Hoy, encontrándome aquí, en la tribuna de la ceremonia de graduación del Instituto Superior de Maestros de Pyongyang, no dejo de pensar en mis padres. Un día de hace 7 años me quedé huérfana de padres a los 13 años de edad, pues ellos murieron al mismo tiempo por un accidente. Esta fue una situación increíble para mí, porque yo viví conociendo solo la caricia y alegría por ser única hija de la familia. Desde entonces me convertí en una niña huraña que buscaba solo la soledad, pues no me gustaba la compasión de los vecinos. Mi vida triste y helada, sin embargo, comenzó a derretirse poco a poco por una mujer amable. Ella fue precisamente Yun Sun Hui, funcionaria de una empresa constructora de las líneas de transmisión eléctrica donde mi padre trabajó como obrero. Yo le llamaba tía mayor. Desde cuando yo vivía en su casa, comenzó otra vez la vida rebosante de risas.
Luego llegué a estudiar en la Escuela Secundaria para Huérfanos de Pyongyang que se administraba bajo la atención del Partido y el Estado.
Según supe posteriormente, el mismo día en que llegué a la escuela junto con la tía mayor, esta dijo a los maestros de allí que había pensado que cumplía con su deber con solo quitarme la soledad por lo menos, amarme y criarme sanamente. Y confesó que su pensamiento fue insuficiente, pues se informó de que el estimado compañero Kim Jong Un, durante su visita a las Escuelas Primaria y Secundaria para Huérfanos de Pyongyang, subrayó la necesidad de criarlos bien para que de ellos surgieran célebres científicos, deportistas, artistas, militares y hasta héroes y que, para ello, él les ofrendaba amor infinito para que crecieran honesta, gallarda y alegremente sin conocer la tristeza.
La maestra que me recibió primero en la escuela fue una muchacha. Para mi gran asombro, la maestra tenía el mismo nombre de la tía mayor, cuya identidad casual fue parte a hacer que yo simpatizara con ella en un instante.
A pesar de esto, ella fue tan exigente conmigo que yo creyera que tenía una regla exclusivamente para mí. La maestra se esforzó, sin embargo, por conciliar mi corazón estrecho de miras y me atendió con el amor y afecto maternales. Nunca podré olvidar en toda mi vida el tiempo dichoso que pasé en la Escuela Secundaria para Huérfanos de Pyongyang, recibiendo del Estado todas las cosas necesarias para la vida.
Al terminar mi estudio secundario con buenas notas, me matriculé en el Instituto Superior de Maestros de Pyongyang, centro de la educación de la nueva generación.
En este centro docente, dotado de todos los medios e instalaciones educacionales modernos, estudié a mis anchas y pasé los años estudiantiles sin preocupación alguna.
A los 20 años de edad, me acordé de las personas amables inmiscuidas en mi crecimiento y desarrollo: Yun Sun Hui, tía mayor que considera como su alegría y orgullo todo el trabajo que le costó para atender a mí y los jóvenes de su empresa; los maestros de la Escuela Secundaria para Huérfanos de Pyongyang que se hicieron mis padres; los profesores de aquí, Instituto Superior de Maestros de Pyongyang, que me ayudaron a enriquecer conocimientos trazando hasta el horario de asignaturas exclusivamente para mí; los colegas amables que me inspiraron la alegría y el ánimo. Es precisamente aquí, Pyongyang, donde nació y floreció mi sueño y experimenté el amor y afecto más calurosos del mundo.
Iré a una escuela primaria de Samjiyon, ciudad montañosa desde donde se ve el Paektu, monte sagrado de nuestra revolución, para enseñar a los alumnos dedicándoles todo el amor y afecto que yo recibí hasta ahora.
Unos días después, Jong Yu Gyong partió hacia la ciudad Samjiyon, recibiendo cordial saludo de despedida de los maestros y condiscípulos del plantel.