A principios del siglo pasado, Japón maniobró para convertir a Corea en su colonia.
El 23 de febrero de 1904, fabricó el “Protocolo Coreano-Japonés”, un tratado de carácter parcial y agresivo dirigido a preparar las condiciones necesarias para ese fin.
Según este convenio, Corea tenía que aceptar las instrucciones y órdenes de Japón y, en el caso de no cumplir esta obligación, Japón podía utilizar sus puntos de importancia estratégicos y militar en los momentos necesarios movilizando el poder. Esto significaba que Japón podía ocupar completamente el territorio coreano.
Una vez firmado el “Protocolo Coreano-Japonés”, Japón preparó los requisitos para colonizar a Corea en todas las esferas.
Más tarde, logró su objetivo valiéndose del “Tratado de Cinco Puntos de Ulsa” y el “Tratado de Anexión de Corea a Japón” intentados en 1905 y en 1910, respectivamente.
La dominación militar japonesa que duró 40 años causó inenarrables desgracias y penas a los coreanos.
En este período el imperio nipón arrastró a 8,4 millones de coreanos como carne de cañón y esclavos laborales y sexuales, entre ellos 200000 mujeres que sirvieron como consoladoras para el ejército japonés, y el número de los muertos llega a más de un millón.
Han transcurrido 77 años desde que Japón fuera derrotado en la guerra.
Sin embargo, este país, en vez de reconocer sus crímenes de lesa humanidad cometidos en el pasado, tergiversa su historia agresiva e intenta repetir su historia de crímenes.
Fomenta la visita de los parlamentarios a Yashikuni, punto importante para la inculcación del militarismo y símbolo de la agresión al extranjero, y tergiversa o elogia sus delitos cometidos en el pasado en los manuales de historia para los estudiantes.
Haciendo mucho ruido de la “amenaza de Norcorea”, presentó y modifica el “Gran programa para la defensa” y el “Plan de reajuste de la capacidad defensiva”, e invierte colosales fondos para convertir sus “Fuerzas de Autodefensa” en las agresivas para el ataque.
Persiguiendo la política de hostilidad contra la RPDC, recurre obstinadamente a la discriminación nacional de los coreanos residentes en su país.
Japón debe reflexionar sus delitos cometidos en el pasado y dar respuestas a la conciencia del pueblo coreano y la humanidad.